Soborno: marca país

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santo Domingo.

POR RANFIS RAFAEL PEÑA NINA

El soborno es una sombra que camina con nosotros. No distingue entre ricos y pobres, ni entre barrios humildes o residenciales. Está tan naturalizado que se ha convertido, lamentablemente, en una parte de nuestra identidad social. Una marca país.

La corrupción no es solo un problema de los gobiernos o de las grandes empresas. Nos atraviesa como sociedad. Está en la trampa pequeña, en el “resuelve”, en el “eso se arregla con algo”, en el que paga para evitar un proceso o conseguir un favor.

Y no lo decimos por condenar al otro. Lo decimos porque nos incluye a todos. Por acción o por omisión. Porque hemos permitido que la ley sea una opción, no una obligación. Porque en algún momento hemos cerrado los ojos o hemos aceptado que “así funciona esto”.

El soborno no es solo dinero. Es una mentalidad. Es una forma torcida de sobrevivir que, a la larga, nos mata como sociedad. Nos despoja de esperanza, nos hace desconfiar de todo, nos roba el futuro.

Cuando una tragedia sacude a un pueblo, las condolencias llegan de todas partes. Pero esas palabras de aliento no deben quedarse en lamentos pasajeros. Deben ser el inicio de un despertar social, de una toma de conciencia colectiva.

El verdadero cambio empieza cuando dejamos de justificar lo injustificable. Cuando cada quien asume su responsabilidad de actuar con dignidad, aunque cueste más, aunque tarde más.

Que el dolor nos enseñe. Que la indignación se transforme en acción. Que no sigamos exportando vergüenza sino esperanza. No hay país que progrese sobre los cimientos del soborno.

Empoderémonos. Pero no solo para protestar. Empoderémonos para vivir en integridad.

Porque un país sin soborno no es un sueño imposible. Es un sueño que empieza por nosotros mismos.

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